domingo, 24 de febrero de 2013

CUERPOS PARA QUE GOCEN. MARÍA DE LA PAZ JARAMILLO (I)





Maripaz Jaramillo, serie Parejas
Las boquitas pintadas de María de la Paz Jaramillo mancharon con sus pegotes lúbricos la escena límpida de los años 70. Mientras muchos artistas colombianos de la época estaban inventando mundos   abstractos, sus  muñecas frívolas recordaron que las mujeres tenían cuerpos y deseos.  Una memoria que  se había perdido en el arte colombiano desde los atrevidos desnudos de Débora de los años 40 y 50. Pero mientras aquellos cuerpos aspiraban a la carne, los de María de la Paz eran de papel. Los cuerpos de Débora seguían todavía en la esfera de la tradición renacentista para la cual la representación del cuerpo humano se apoyaba en la morfología, basada a su vez en la anatomía, un estudio al que le dedicó sus mayores energías[1]. Sin embargo, aunque Débora transgrede  estos parámetros  con sus cuerpos deformados por la expresión en los que el código anatomista llega a sus límites, nunca se sale del todo de él.

Maripaz Jaramillo, Mujer Caribe,

 Las mujercitas estridentes de María de la Paz, sus bocas de carmín, sus ojos fucsias, sus pieles sicodélicas, sin embargo, se han fugado de otro planeta: del de los medios masivos de comunicación. María de la Paz es hija de unos tiempos  de ojos quebrados, en los que la mirada se ejerce con el lente fragmentado y espasmódico de la fotografía, el cine, la televisión y cuyos imaginarios están dominados por la moda y la publicidad. Los cuerpos de sus mujeres tienen los colores de los impresos,  su trama, bidimensionalidad, fragmentación  y esquematización. Para representarlas, la artista acude a estas estrategias pop, pero desde la idiosincrasia popular colombiana que no sueña con divas platinadas como Marilyn, sino con las beldades kitsch de los culebrones, el bolero y las baladas. Mujeres que pueden ser protagonistas de historias despechadas como “Por qué te conocí”, “Quiero morir de dolor”, “Tu amor no me conviene” o “Bandolera” (algunos de los títulos de sus obras). Mujeres que cambiaron el olor a santidad de las monjas muertas por el pachulí de las cabareteras vivas. “Mujeres gastadas por los besos”.
Maripaz Jaramillo,, sin título

Estos cuerpos no están ya destinados a la maternidad ni consagrados a la familia ni constreñidos  a la crianza de los nuevos ciudadanos ni  aspiran a constituirse en el faro de aquellas buenas costumbres que sustentarían la sociedad y el progreso. Al contrario, subvierten todos estos parámetros y exigencias  señoriales. En contra del recato, estos cuerpos se  exhiben, rompen la delimitación espacial de sus reinos domésticos y conquistan el exterior, viven la noche más allá de la seguridad del día. Son mujeres para  las sombras y la calle, cuyos cuerpos artificiosos brillan como joyas baratas bajo las luces eléctricas.

Eros ha triunfado sobre sus pieles y ya no funciona más el discurso que las consideraba seres menos animalizados y más aptos moralmente que los hombres. Son mujeres preparadas mental y físicamente para los placeres carnales. Pero, a pesar de las apariencias, el tema de estas representaciones no es  el deseo femenino. De lo que realmente nos hablan estas obras es del deseo de la mujer de ser deseada. Parodiando a Fassbinder, estas mujeres sólo quieren que las quieran. Son protagonistas de ritos de seducción en los cuales  aceptan plena y conscientemente  ser el objeto del deseo masculino, consagrándose a ello con toda su fuerza, con toda su astucia y  con  todo su cuerpo. Maria de la Paz recrea esta coreografía e iconografía corporal de la seducción con las posibilidades que le ofrecen las estrategias pop en unos cuerpos fetichizados, fragmentados, focalizados, gestuales y teatrales que sólo existen en cuanto objeto de la mirada erótica masculina.  Cuerpos a los que no les interesa tanto satisfacer su deseo como hacer un despliegue visual de él.

Marupaz Jaramillo

Como no se trata tanto de desear como de parecer que se desea, estos cuerpos deciden ser una máscara. Pasaron los tiempos de los cuerpos sustanciales, esenciales, de las identidades fijas, totales de la galería empañada. El mundo de María de la Paz  en series como Parejas (1982) y Salsa (1982) es un simulacro y está poblado también por simulacros. La luz artificial simula paraísos eróticos, las mujeres se simulan diosas lúbricas, los hombres se simulan latin lovers, unos y otros simulan encuentros amorosos y sensuales. Sus mundos son una puesta en escena  que no esconde su artificiosidad, sino que al contrario la enfatiza con colores, muecas, gestos, poses y actitudes corporales retorizadas. 

La artista no se esfuerza en la representación de cuerpos biológicamente determinados sino culturalmente construidos, sobre los cuales se despliega una caracterización visual de roles estereotipados de lo masculino y lo femenino, concebidos como opuestos. Así, en esta iconografía  a la las bocas rojas les  corresponden las ojeras oscuras, a los cabellos esponjados y largos, las  patillas recortadas; a la falda,  el frac; al escote, la corbata; a las blusas sin hombros, las camisas de cuello alto. Los hombres clavan sus bocas y sus manos. Las mujeres prestan los cuellos para que lo hagan. Los hombres doblegan los cuerpos femeninos, ellas se dejan doblegar por ellos. Es un armonioso y total ying y yang sentimental.

Tomado de GIRALDO, Sol Astrid. Cuerpo de mujer: modelo para armar.Medellín, La Carreta, 2010



[1] Débora aseguraba: “al artista que no domine el desnudo le falta todavía un buen trecho que recorrer por el camino de las realizaciones y algo que llenar en el dominio de la técnica”. Citado en LONDOÑO; Santiago, En: “Débora por Débora”, op. cit.

No hay comentarios:

Publicar un comentario