sábado, 5 de enero de 2013

Clemencia Echeverry: espacios sonoros de la violencia




Clemencia Echeverri parte de la pintura y la escultura, pública, antes de pasar a la instalación. Y cuando aborda este nuevo lenguaje, lo hace desde un punto de vista bastante inédito, al hacer un fuerte énfasis  en el componente sonoro de sus video-instalaciones. Al contrario de lo que sucede en el trabajo de muchos otros video-instaladores locales o nacionales, donde el sonido es un elemento periférico al que se puede aludir o no, para C Echeverri éste se convierte en la esencia de sus planteamientos. El sonido, junto a la imagen, el tiempo y el espacio son los ejes estructurantes de su obra. Una obra que no tiene meros intereses experimentales o documentales, sino que se plantea una pregunta clara y precisa sobre la violencia en el contexto colombiano. Al alterar la violencia la percepción del tiempo y del espacio, estos temas también se instalan en el centro de sus preocupaciones que son indagar cómo el espacio doméstico, el rural, el urbano termina tragado por el no-espacio, por el no-lugar de la violencia.

El espacio quebrado, la ruptura del espacio absoluto ha sido un problema recurrente para la posmodernidad, y la técnica fragmentada del video se ha adecuado muy bien para tratar desde el arte estas preocupaciones.  Sin embargo, en el caso concreto de un país en guerra, esta ruptura del espacio tiene otras connotaciones: territorialización, bloqueo, clausura, despojo, atomización espacial ejercida por los distintos poderes. Así, C Echeverri ha acudido a estas herramientas usada por artistas de la escena internacional pero para aludir a la acepción particular de esta ruptura del espacio en el contexto específico colombiano. La fragmentación de esta técnica da cuenta aquí de la fragmentación del espacio violentado.

Esta percepción del espacio de la violencia es mucho más compleja que el cubrimiento paroxístico y simplista que realizan los medios de comunicación. En los escenarios alterados por la violencia se dan unos abigarrados cruces entre las coordenadas espaciales y temporales, entre lo visual y lo sonoro, entre la objetividad  y la subjetividad, entre lo individual y lo colectivo, entre lo ritual y lo histórico, entre lo cotidiano y lo público. Un complejo tan intrincado al que no se puede llegar con un lenguaje plano, unívoco, maniqueo. Se trata, al contrario, de un concentrado de capas que la artista busca desgajar. Pero no lo hace para transformar esta compleja naturaleza del hecho violento en un ente domesticado que se pueda manipular como lo hacen los cubrimientos periodísticos. Al contrario, quiere conservar sus múltiples aristas: las capas del tiempo, las capas de espacios,  las capas de sonidos, las capas de memorias y olvidos, las capas que construyen las subjetividades de los individuos. En sus trabajos, todas ellas se yuxtaponen, se mezclan, se superponen simultáneamente, como sucede en la vida real.


Clemencia Echeverry, Treno, video-instalación, 2006

Y la ruta de acceso para acceder a esas capas profundas, ambiguas, múltiples es precisamente el sonido. Una voz que llama por teléfono y relata una desaparición (“Treno”, 2006). Unas voces que relatan como unas vidas han ido a dar a la cárcel (“Voz”, 2005). El murmullo de unas mujeres pregoneras acosadas en zonas marginales de la ciudad (“Cal y Canto”, 2002). El sonido que hace un gallo cuando mata sin piedad a su adversario (“Exhausto aún puede pelear”, 2000), el grito de un cerdo cuando lo sacrifican, las risas de las personas que lo hacen (“Apetitos de Familia”, 2000). Aquí estos sonidos funcionan como gérmenes de mundos perdidos o a punta de perderse, como hilos de Ariadna de la memoria, como ladrillos ínfimos con los que puede recobrarse un universo, como huellas mínimas a partir de la cual pueden seguirse rastros envolatados. Se trata de convocar el sonido que la violenta historia de Colombia no escucha. El sonido cargado de balas de silencio.  Un sonido que obstruye  espacios como el del gallo de pelea, uno que recupera espacios como el de los presidiarios que con sus voces reconstruyen ladrillo a ladrillo la casa primordial perdida, un sonido que delata el no-lugar que se chupa los muertos como en Treno. Sonidos que se vuelven espacio, espacio que es convocado por el sonido, que se vuelve sonido.  Sonidos que se traducen en intervenciones espaciales. Un sonido que es espacio y es escultura.


Este desdoblamiento es posible gracias  a las posibilidades de la técnica del video aplicadas  a un concepto y una necesidad muy clara, porque aquí la técnica está al servicio del arte y no al contrario.  Superposición de pantallas transparentes,  proyecciones simultáneas o  curvas, pantallas de doble imagen, voces que se replican, se acumulan, se pierden… el juego con el emplazamiento de las pantallas y el tratamiento de las voces logra alterar las percepciones espaciales y sensoriales del espectador de acuerdo a los propósitos de la artista para poder transmitir lo que desea en cada caso.
Aunque la artista hace una lectura crítica del tratamiento dado por los medios al hecho violento, también tiene conciencia de que se dirige a un espectador formado en estos códigos mediáticos. Por eso alude a ellos pero desactivándolos desde adentro. Pero va un paso más allá. Después de que el horror de la violencia y su representación servil por parte de los medios han llevado el lenguaje al punto cero, la artista con mirada de arqueóloga, reconstruye  los espacios cotidianos, rituales, mediáticos, violentados de la sociedad  para devolverles la palabra.

Biografía
http://www.clemenciaecheverri.com/webingles/index.php/bio/18-biografia

Tomado del capítulo "La instalación en Antioquia en la década del  2000" que realicé para el libro La instalación en el arte antioqueño, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2011

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